VINO DE CALIDAD

María Begoña Jovellar Pardo

Cuando hablamos de calidad nos vienen a la cabeza sensaciones positivas y agradables.

Estamos hablando de propiedades inherentes a algo que definimos, caracterizamos y valoramos con respecto a otras cosas de su misma especie.

Calidad es la percepción positiva que tenemos de algo, una fijación mental que nos lleva a estar conformes con ese producto y satisface las necesidades que nos hemos impuesto respecto a él.

Nuestro producto concreto va ser el vino.

Si hablamos de “Vino de Calidad”, existe incluso una Indicación Geográfica en España que hace referencia a ellos: “vinos producidos y elaborados en una región,  comarca, localidad o lugar determinado, con uvas procedentes de los mismos, cuya calidad, reputación o características se deben al medio geográfico, al factor humano o a ambos, en lo que se refiere a la producción de la uva, a la elaboración del vino o a su envejecimiento”.

Esta es la definición, que junto con el reglamento que la rige, aparecen en la Ley del Vino del año 2003.

Hoy vamos a reflexionar sobre este tema, pero lo vamos a hacer de una manera general, pensando en un vino que, para nosotros, tenga mucha calidad, un vino que nos haga sentir  bien.

Cuando tenemos servido un vino en una bonita y adecuada copa y nos disponemos a catarlo, nuestros sentidos están atentos para escuchar lo que ese vino quiere decirnos.

Lo primero que hacemos es verlo, mirarlo fijamente y observar su movimiento en la copa, su color, su aspecto… todo eso nos dice ya muchas cosas.

Queremos saber más y nos apetece olerlo, es entonces cuando esas pequeñas moléculas odorantes que se escapan hacia el aire que inhalamos llegan hasta lo más profundo de nuestro cerebro por un rápido camino, el nervio olfativo. En ese agradable momento es cuando empezamos a rememorar tantas cosas: lugares, ambientes, flores, momentos… historias de nuestra vida que nos hacen sentir bien. Una y otra vez daremos movimiento al vino para que los recuerdos sean más intensos y gratificantes.

Todas esas sensaciones positivas que nos invaden nos invitan a seguir hacia adelante. Necesitamos emplear más sentidos, estamos bien y queremos implicar a otras vías de información, así que bebemos, primero muy poquito para que despierten las células sensitivas del interior de nuestra boca, así, el líquido va tocando las teclas que componen la melodía, con las notas dulces, ácidas, saladas y amargas, melodía que se completa con tonos y semitonos táctiles aterciopelados, punzantes y persistentes. Toda esta emoción nos lleva a pensar en algo “redondo”, perfecto, algo a lo que no le sobra ni le falta nada.

En ese momento, hay  pequeñas moléculas que vuelven a escaparse por esa autopista  directa al cerebro, esa conexión que parte de lo alto de la boca y llega al interior de la nariz  y,  de esta forma, volvemos a rememorar esos campos con hierbas, con flores, frutas y, sobre todo, volvemos a imaginar esos buenos momentos.

Ahora, una vez más, miramos esa copa de vino, nuevamente lo olemos y, con nuestras expectativas cubiertas, lo vamos bebiendo poco a poco, disfrutando cada vez, olvidándonos de todo lo demás por un instante.

Podemos pararnos a pensar que para llegar hasta aquí, en alguna buena viña, unas uvas se desarrollaron y maduraron adecuadamente, alguien las vendimió con esmero y mimo, alguien las llevó a un lugar donde su mosto fluyó y alguien facilitó su fermentación y transformación en buen vino.

Alguien cuidó su crianza y su correcto embotellado. Alguien cuidó correctamente esas botellas hasta que abrimos una de ellas para servirnos en nuestra copa.

Todos y cada uno de los procesos que tienen lugar en el camino que transcurre desde la viña a la copa influyen directamente en la calidad final que tenga ese vino que nos emocionó. Por eso, si el vino nos emocionó, para nosotros, es un “vino de calidad”.

Podemos decir que un vino tiene calidad si percibimos muchos y buenos aromas en la nariz; si percibimos muchas y buenas sensaciones en la boca, donde volveremos a sentir aromas a través de esa vía retronasal y si todo ese conjunto de aromas y sensaciones es equilibrado, duradero y nos evoca una armonía general.

Recordemos que para obtener ese vino de calidad todo empieza bien si la variedad de vid está adaptada al clima, humedad, temperatura, luz y suelo donde se encuentra. Por supuesto, tiene que ser bien cuidada y cultivada, siendo vendimiada cuando su maduración es la adecuada, justo en ese momento.

El resto de prácticas enológicas realizadas en las bodegas influyen directamente en el vino obtenido y determinan sus olores, sabores y demás características que definirán ese vino.

A medida que se han perfeccionado las técnicas de cultivo de la vid en los campos y las técnicas de elaboración en las bodegas, los vinos obtenidos han sido de mayor calidad.

No olvidemos que el vino ha acompañado al género humano durante casi toda su historia y la calidad del vino se ha ido adaptando a cada tiempo.

Sigámonos dejando emocionar por nuestro vino preferido, sigamos descubriendo nuevos vinos que nos hagan sentir bien y sigamos descubriendo muchos y buenos vinos de calidad.