Fernando Romera

Los estudios etimológicos aplicados a la tradición gastronómica tienen no poco que decir. Pueden atestiguar idas y venidas de los platos, orígenes, variantes, relaciones… Este articulito que traigo hoy es sólo una aproximación que tendría que revisar en algún momento. Pero no tiene intención científica y sólo es un pequeño acercamiento a un grupito de palabras relacionadas entre sí por un origen latino que pervive, casi únicamente, en las cosas del comer.

En esas cosas del comer, la lingüística ha tenido no poca importancia porque nos da señas de por dónde han venido, como decíamos, los platos, las variantes, etc. Y hoy vamos a hablar de un verbo latino. Era un verbo de origen vulgar. Me explicaré: el latín que nos llega a la península está muy lejos de ser el latín culto de Roma. Es más; ni siquiera en todas las regiones de la península el latín era el mismo porque la procedencia de los invasores era muy variopinta y por un fenómeno que se llama de “sustrato”. En las zonas de población céltica o celtizada, como era la nuestra, el latín se modifica conforme a los pobladores que adoptan la nueva lengua. Uno de estos verbos que debió aparecer por la península fue un posible verbo TORRER con un intensivo TUSTARE proveniente, quizá de un supino TUSTUM. El significado lo tenemos muy sencillo porque nos lo da el actual derivado TOSTAR. Todo alimento cocinado que adquiere un cierto color tras pasar por el fuego se tuesta. Y aquí empiezan a aparecer los que citábamos en el título. Como los que provienen de aquel intensivo: TOSTADA, TOSTÓN, TOSTA… El tostón en sus dos variantes, el pan pasado tostado y untado de aceite y ajo y el cochinillo al horno tiene su correlato en algunas partes del Caribe, donde da nombre a una rodaja de plátano, por supuesto, frito. Más allá de ello, están los torreznos y las torrijas. Alguien objetará aquí si no está también el turrón. Esto ya es más complejo porque podría ser la adaptación fonética al castellano de un catalán o valenciano TORRÓ, aún existente pero que ya estaba documentado en el siglo XIV que podría (o no) tener relación con el verbo del que tratamos. Nos lo hemos encontrado también en Nápoles, ciudad a la que vamos siempre que podemos a ver a los amigos y donde se puede degustar un famoso TORRONE dei morti, a base de chocolate, café,

almendras y otras cosas, que se consume allí el día de difuntos (visitar las pastelerías de Caserta en esa época, si se diese el caso y probarlo es de ley). Ese TORRONE puede provenir, quizá, más de la presencia española- aragonesa, o del comercio valenciano y catalán, aunque parece más lógico el origen latino común a todas estas lenguas. Atestiguaría también el posible origen itálico la enorme distribución de este producto en toda aquella península. Lo que sí parece es que este verbo debió de especializarse en el tueste de la almendra o de la nuez, de igual manera que hoy reconocemos el verbo TORREFACTO como especialización del tueste del café. Joan Corominas, el filólogo cuyo trabajo ha sido la base de buena parte de los estudios etimológicos del castellano, hace derivar, sin embargo esta palabra de la misma raíz que TIERRA, algo que nos parece difícil de entender, aunque no imposible.

Más claro parece el nombre de las torrijas, también dulce repartido por media Europa y con orígenes más que discutibles. Hay quien ve su origen en los tiempos de Tiberio o Calígula porque ya Apicio cita un pan empapado en leche, si bien sería algo más parecido a una sopa de leche que a una torrija, plato pobre donde los haya y de gran difusión también por media Europa que, sin embargo, carece de la importancia que tiene el huevo, el aceite y la fritura en todo el proceso: “miel y mucho huevos para hacer torrejas”, decía Juan del Enzina en el siglo XV. No existirían torrijas sin la cualidad de tostar el pan rebozado en el aceite.

Los Torreznos como pequeñas tiras de panceta tostada derivarían de un primitivo TURR-ICINUS traducible como “tostaditos”, es decir mediante la adición de un diminutivo primitivo a ese TURRUM latino. Es un diminutivo documentado en castellano desde antiguo en otros contextos que hacen referencia a las crías de animales: lobezno (LUPICINUS) o rodezno (ROTICINUS, rueda de una Tahona). Es este un diminutivo que se pierde remotamente. Lo encontramos en Berceo referido a un niño judío a quien denomina ninno judezno. De igual manera está documentado el nombre de moreznos para los moriscos. Pero en estas fechas el diminutivo prácticamente estaba perdido. Todo ello nos hace retrotraer el tueste de pequeños trozos de tocino de cerdo a períodos medievales bastante lejanos, no más tarde del siglo XIV o XV. A partir de ahí va decreciendo el uso de este diminutivo. Parece comprobado, sin embargo, el uso despectivo de este sufijo en la lengua romance medieval, lo que también dejaría claro el poco valor que, en su momento, tenía lo que hoy consideramos un verdadero manjar.